Si conoces a algún traductor que trabajara en el sector de la traducción en los años noventa o incluso en la primera década de los dos mil, sabrás lo diferentes que eran las condiciones en aquellos tiempos: tarifas que duplicaban o más las actuales, volúmenes de trabajo de cientos de miles de palabras que garantizaban a veces el trabajo durante un mes, viajes durante semanas a otro país para probar software por cuenta de la empresa… una época de esplendor para el traductor muy distinta de la que ahora se vive en este sector. Pero, ¿qué ha cambiado? A continuación, vamos a ver varios factores que han motivado el deterioro del trabajo de muchos traductores.
Calidad de la traducción automática
Si antes las traducciones automáticas eran tan pésimas que resultaban divertidas, con la aparición de las redes neuronales su calidad mejoró y ahora su calidad suele ser comparable a la humana, en particular si el motor de traducción se ha alimentado con textos similares a los que debe traducir. Este aumento de la calidad ha sido un arma de doble filo para la traducción: ha facilitado y agilizado el trabajo, pero también ha provocado una bajada de las tarifas y una aceleración de los plazos de entrega. La traducción automática todavía comete errores, pero su tasa de errores tiende a ser tan baja que las tareas de posedición se están convirtiendo en tareas de revisión, al ser la calidad de partida comparable a la de un ser humano. Pero tal vez lo más preocupante sea su margen de mejora: si alguien ha comparado la calidad de una traducción generada por un motor de traducción, como DeepL, con la de una generada por un agente de IA, como Gemini, verá que los agentes lo hacen bastante mejor, por lo que es probable que dentro de poco los traductores reciban traducciones de calidad aún mejor y, en consecuencia, las tarifas que cobrarán serán aún más bajas.
Auge de las herramientas de traducción en la nube
La evolución de las herramientas ha sido otro arma de doble filo para los traductores. En el lado positivo, los precios de las herramientas han caído y, en la mayoría de los casos, es el cliente quien proporciona el acceso a la herramienta. En el lado negativo, al ser el cliente quien gestiona la plataforma tiene total libertad para elegirla, lo que tiene diversos impactos negativos para el traductor:
- las herramientas se centran ahora más en la gestión que en la traducción: dado que el comprador se encarga de la gestión, se atienden sus prioridades, como la protección de la información confidencial, muchas veces restringiendo funciones que serían muy útiles al traductor, por ejemplo, limitando el acceso a las memorias de traducción o las operaciones que se realizan con los archivos. Tareas que antes eran muy habituales, como efectuar un recuento de las palabras que quedan por traducir o crear una memoria de traducción a partir de un grupo de archivos, ahora son imposibles en estas herramienta. Muchas de ellas llegan a parecer más bien herramientas de gestión que apenas incluyen una funcionalidad mínima para la traducción y, dado que el traductor no paga ni elige la herramienta en la que trabaja, sus quejas y sugerencias nunca se tienen en cuenta.
- pérdida de posibilidades de desarrollo: al no incluir estas herramientas funciones avanzadas, la experiencia pierde relevancia. Incluso tras varios años trabajando con una herramienta en línea, el dominio de la herramienta no se diferenciará mucho de un principiante, ya que apenas hay funciones avanzadas que se puedan aprender. Tampoco sirve de nada aprender a manejar herramientas auxiliares para el QA, como Xbench o Verifika, ya que no pueden emplearse con las traducciones elaboradas con estas herramientas. Por tanto, el traductor será más prescindible y sustituible, al no llegar nunca a acumular conocimientos que le hagan destacar sobre los recién llegados al sector.
Consolidación de las grandes empresas de traducción
Con el auge de la localización, surgieron un elevado número de empresas internacionales que trabajaban directamente con los clientes finales y se encargaban de la traducción a todos los idiomas. El cliente únicamente tenía que tratar con un punto de contacto que distribuía el trabajo a empresas nacionales intermediarias que solo se encargaban de una o dos combinaciones de idiomas y contaban con traductores en plantilla o enviaban el trabajo a traductores autónomos. A medida que el acceso a internet fue mejorando, la utilidad de estas empresas intermediarias disminuyó, ya que las empresas internacionales empezaron a tratar directamente con el traductor autónomo, con el consiguiente ahorro económico que suponía eliminar un eslabón. También comenzaron a fusionarse las empresas internacionales, probablemente para aprovechar de las economías de escala que ofrecía una organización de mayor tamaño. Sin embargo, tanto para los traductores autónomos como para las empresas nacionales que quedan, esta fusión disminuyó su poder de negociación: cuando el trabajo de un traductor o una empresa nacional depende del volumen que le entrega una única empresa internacional, difícilmente podrá negociar tarifas o plazos si no tiene otro cliente igualmente importante y sabe lo difícil que es encontrar uno nuevo.
Además de esta fusión de las empresas directamente del sector de la traducción, también ha influido la concentración similar que se ha ocurrido en los clientes finales. Si tres empresas médicas se fusionan en una sola, estará mejor situada para solicitar una reducción de las tarifas, que acabará trasladándose al traductor final. Si antes un traductor trabajaba con cinco empresas y llevaba once cuentas, tras estas fusiones es posible que trabaje con solo dos empresas y se encargue solo de cinco cuentas, lo que limita su capacidad de negociación.
Disminución del interés en la calidad de la documentación escrita
Aunque ninguna empresa admitirá abiertamente que no le preocupa la calidad de un componente de sus productos, si se trata de algo que no tiene un impacto directo en sus ventas, es probable que elija la opción más económica a expensas de la calidad. Cualquier traductor con experiencia habrá tenido que lidiar con textos mal redactados, en parte porque la profesión de redactor técnico ha experimentado un declive similar al del traductor. Si una empresa no cuida los textos en su propio idioma, menos aún le interesa la calidad de la traducción de esos textos a otros idiomas, en particular si no corresponden a un mercado importante. Errores que son intolerables para un traductor, como una palabra mal escrita, un error de concordancia o un término incoherente, parecen irrelevantes para los usuarios finales y, dado que no afectan a la decisión de compra ni a la experiencia con el producto o servicio, son de poco interés para la empresa. Otras tendencias, como la reducción del uso del papel y la preferencia de los usuarios por otras maneras de solucionar sus dudas y documentarse, como mediante vídeos de otros usuarios o consultas en foros o a agentes de IA, han hecho que la documentación escrita y en línea que antes generaba grandes volúmenes de traducción, sea ahora menos relevante.
Perspectivas para el futuro
El mercado de la traducción se encuentra en una situación muy peculiar: continúa moviendo grandes cantidades de dinero pero, precisamente ese alto volumen de facturación hace que haya un fuerte impulso en abaratarlo. Mientras que otros aspectos del suministro de un producto o servicio no se prestan tanto a ello, las características de la traducción (contenido totalmente digital y disponibilidad de grandes de bases de datos de traducciones anteriores) hacen que haya muchas maneras de reducir su coste, lo que suele redundar en perjuicio del traductor, que debe enfrentarse a una mayor inestabilidad y a tarifas cada vez menos rentables.
La profesión de traductor ha cambiado mucho en las últimas décadas. Apenas quedan ya aquellos expertos en idiomas que adoraban pasarse el día leyendo prensa extrajera y consultando diccionarios. Ahora consiste más bien en corregir documentos interminables a marchas forzadas preguntándole las dudas a un agente de IA y, sobre todo, rellenando informes de calidad generados por herramientas tan poco depuradas que en el 99% de los casos hay que indicar que se trata de un falso positivo. Una tarea para la que apenas se necesita formación y, lo que es peor, en la que apenas se puede progresar. Alguien que comience a trabajar ahora como traductor, dentro de cinco años no habrá acumulado una experiencia que le permita aspirar a puestos y salarios mejores, sino que seguirá utilizando unas herramientas que no habrán mejorado y no le quedará más remedio que aceptar unas tarifas más bajas si quiere seguir recibiendo trabajo. Tal vez sea interesante como aproximación al mundo laboral, al igual que trabajar de niñera o cortar el césped de los vecinos, pero prolongarlo más allá de unos pocos años probablemente solo consiga que uno acabe preguntándose por qué no eligió un trabajo que le permitiera prosperar y desarrollarse.
Aunque son malas noticias tanto para los aspirantes a traductor como para los profesionales experimentados, lamentarse demasiado sería despreciar el avance que estos cambios han aportado a la humanidad, como si un médico lamentara haberse quedado sin trabajo porque una píldora milagrosa ha acabado con todas las enfermedades. Nunca antes los idiomas han supuesto menos una barrera para la comunicación como ahora. El subtitulado automático permite ver y entender vídeos en cualquier idioma y prácticamente cualquiera puede redactar o leer textos en cualquier idioma con un precio y un esfuerzo mínimos. Ya hay aplicaciones para móviles y auriculares que funcionan como intérpretes simultáneos. Los idiomas, el castigo bíblico enviado por dios para impedir la construcción de la torre de Babel, están dejando de ser un obstáculo para la comunicación y el entendimiento entre todos los habitantes de este planeta. Se acerca el momento de buscar nuevos retos.